PRONUNCIADO POR EL PROFESOR MIGUEL LUIS-LÓPEZ GUADALUPE MUÑOZ EN LA BASÍLICA DE NUESTRA SEÑORA DE LAS ANGUSTIAS DE GRANADA, EL 11 de MAYO DE 2013
MARÍA, REINA DE BONDAD Y DE TERNURA
Miguel Luis López-Guadalupe Muñoz
Desde la “bondad” y la “ternura”, como quiere el Papa Francisco.
A la Real Federación de Hermandades y Cofradías
por su permanente servicio a Granada y a sus devociones.
A mis dos Enriques, Enrique Iniesta y Enrique Seijas,
de quienes aprendí a amar más a las cofradías y a pregonar sus valores.
A mis hermanos en el Cristo de San Agustín y la Virgen de Consolación
compartiendo 25 años de ilusión.
A los miembros de la Hermandad de Nuestra Señora de las Angustias
y a todos los colaboradores y voluntarios de las Comisiones del Centenario,
en especial a D. Francisco Molina y, cómo no, a D. Francisco Salazar,
por la confianza en mí depositada inmerecidamente.
A quienes me acompañan día a día en la fe,
a mis padres, Manuel y Carmen,
a Paula, a Miguel y sobre todo a Rosario.
Salve, Reina poderosa
de los hombres y del cielo,
templo de oro, blanca rosa,
fuente viva de consuelo
para el triste pecador.
(Juan Eugenio Hartzenbusch)
Salve, azucena de intacta belleza;
Salve, corona de noble firmeza.
Salve, la suerte futura revelas;
Salve, la angélica vida desvelas.
Salve, frutal exquisito que nutre a los fieles;
Salve, ramaje frondoso que a todos cobija.
Salve, llevaste en el seno quien guía al errante;
Salve, al mundo entregaste quien libra al esclavo.
Salve, plegaria ante el Juez verdadero;
Salve, perdón del que tuerce el sendero.
Salve, atavío que cubre al desnudo;
Salve, del hombre supremo deseo.
Salve, ¡Virgen y Esposa!
(Himno Akathistos)
Aquí me tienes,
¿Quién, si no Tú, me guarda, Virgen santa?
¿Quién a mi bien, si no tu amor, me guía?
¿Quién conserva la voz en mi garganta?
…
Tan sólo la oración por mi aprendida
de mi madre en los brazos, en la cuna,
no olvidé, ni he perdido en tus altares
mi fe, y vengo con ella a que me ampares.
(José Zorrilla)
Gloria canto a tus plantas,
sol del edén, de perfección dechado,
…
¡Dios te salve, María Inmaculada,
de la gracia de Dios favorecida,
y con todo el poder de Dios creada,
y con todo el favor de Dios henchida,
y con todo el amor de Dios amada,
la sin pecado original nacida,
la sin mácula Virgen coronada!
Flor de las flores, adorable encanto,
gloria del mundo, celestial hechizo…
¡Dios no pudo hacer más cuanto te hizo!
¡Yo no sé decir más cuando te canto!
(José María Gabriel y Galán)
Salve, Reina y Madre de Granada,
Angustias, Consoladora de los afligidos.
Tanta fue tu perfección
y de tanto merecer
que de ti quiso nacer
quien fue nuestra redención.
No ay otra consolación,
vida mía,
sino a ti,
Virgen María.
(Juan del Enzina)
Rvdo. P. Consiliario y Párroco de la Basílica de Ntra. Sra. de las Angustias,
Querido Hermano Mayor y Junta de Gobierno de esta Real Hermandad Sacramental de Ntra. Sra. de las Angustias,
Sr. Presidente y Junta de Gobierno de la Real Federación de Hermandades y Cofradías de Semana Santa.
Hermanos Mayores, cofrades todos, fieles devotos de la Virgen María en todas sus advocaciones.
No creo tener palabras para agradecer la distinción que es para mí poder pregonar hoy desde este atril, al que tengo especialísimo respeto por encontrarse ante Jesús Sacramentado y a los pies de nuestra amada Patrona, la Virgen de las Angustias. Una responsabilidad, sin duda, para la que ya he recabado su auxilio (en realidad llevo varias semanas haciéndolo). Aquí, en este lugar, ligado a mi vida inexorablemente, desde que hace 44 años viniera a vivir con mi familia al barrio de la Virgen, aquí donde –disculpadme esta barbaridad- tal vez aprendí a ser mariano antes que cristiano, aquí donde, querido Paco, me has honrado en nombre de nuestra Hermandad Patronal con la distinción de Archivero, Comisario del Centenario y ahora Pregonero de las Glorias, con la aquiescencia de la Federación de Cofradías.
Gracias a todos, recabo de antemano vuestra comprensión, porque no tengo más mérito que vosotros para estar aquí, porque hoy tan sólo me siento y soy un cofrade. Y María nos ofrece sin duda el mejor ideario cofrade que podamos imaginar: fe, esperanza, caridad; vigilancia, oración, seguimiento…, gozo, luz, dolor y gloria.
I
MARÍA NOS HABLA
Nuestra guía más segura es la Biblia. María, la nueva mujer, atraviesa fugazmente por las páginas de los Evangelios. Desde el silencio y la profundidad del corazón, desde la intimidad de Nazaret o el seguimiento de Jesús. Semi-oculta, en segundo plano, sin protagonismos. Su presencia es más intuida que relatada, pero ¿cómo no estar seguro de que Ella está ahí?
Sus palabras son dardos de fe sincera, de firme esperanza, de ardiente caridad. No son muchas, son las justas. Generalmente escuetas, lo suficiente para delimitar su papel en la historia de la salvación. Hasta seis frases ponen los Evangelistas en boca de María.
¿Cómo será esto, pues no conozco varón? (Lc 1, 34)
Es el interrogante. Las dos primeras palabras de María se las dirige al mensajero de Dios. Comienza por un interrogante radicalmente humano. ¿Cómo dar crédito a lo que oye? No parece de este mundo, no es de este mundo. Concebir sin el goce de un varón. Como todos, anida en María la sorpresa, la duda, el temor… terrenales, radicalmente humanos.
Dentro en su corazón lo que gozaba,
los secretos misterios revolviendo,
en el divino pecho los guardaba.
(José de Valdivielso)
He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. (Lc 1, 38)
Es el compromiso. Cuatro versículos han bastado para pronunciar el sí de María. Fiat. De lo humano a lo divino, del temor al compromiso. María responde a las “maneras divinas”. Sigue sorprendida, sí. Sigue temerosa, tal vez. Se lanza a la aventura, seguro. Todo proyecto vital es una aventura y mucho más el diseñado por Dios. Pero María ya no duda. Ha entrado en el plan de salvación.
Tú, Señora, de continuo
eres remedio sobrado,
todo el bien de ti nos vino,
Tú nos abriste el camino
que Eva tuvo cerrado.
(Fray Ambrosio de Montesino)
Desde ese preciso momento comienza la redención del género humano.
Ave, florido vergel,
cuya flor de gracia llena,
unirá en él
al candor de la azucena
lo encarnado del clavel.
(Pedro Calderón de la Barca)
Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí. Su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón. Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia como lo había prometido a nuestros padres en favor de Abrahán y su descendencia por siempre. (Lc 1, 46-55)
Es la proclama de liberación. Diez versículos de oro en boca de María, tan parca en palabras en el conjunto de los Evangelios. Hubo de ser Lucas, el “pintor de la Virgen”, su transcriptor. El Magnificat es toda una declaración de principios, el Credo de María. En él, la salvación del hombre se imbrica inseparablemente con su vida. Experimenta y proclama, cree y anuncia, recibe y da, acepta y alaba.
Todo su proyecto de vida está resumido en este tratado de teología. María, mujer de esencias. En las manos de Dios por todo y para todo. En el umbral de la gloria, en la puerta grande de la Historia. Entre la tierra y el cielo. Anticipo de la Nueva Alianza, que será la “revolución del amor”. Es un Dios poderoso, pero no guerrero. Es un Padre justo, pero no insensible. Es paciencia y espera, todopoderoso y eterno. Nadie como María ha descrito en forma tan certera y con tan pocas palabras la esencia de Dios.
Poder infinito, entrañas de misericordia, dechado de justicia, padre solícito, mano generosa, brazo firme, auxilio de los hombres, sólida promesa, ansia de eternidad…
¡Grito de liberación! Huyamos de una María edulcorada, coronada de oro sobre una luna de plata. Ella está aquí, escuchándonos en el día a día. Madre mía, ¿qué no pondrán a tus pies los granadinos y granadinas cada día? Ahora que juventud se traduce en paro, ancianidad en carga, hogar en desahucio y futuro en desesperación. Ahora que no queremos ver que todos los índices fallan porque ignoran al hombre, enfrascados en macro-principios que excluyen cuanto queda de humanidad, es decir, cuanto queda de Dios. Valientes y decididas suenan, pues, en estas circunstancias presentes las palabras de María: “Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”.
En el Magnificat adquiere sentido el sermón de la montaña, y la multiplicación de los panes y los peces, y el óbolo de la viuda, y el triunfo del pobre que recogía las migajas de la mesa del rico… y la misma fracción del pan en el Cenáculo. Ha tenido que visitar a su prima para que se le desate la lengua, como en su día a Zacarías, y exprese con belleza y valentía la profundidad de su compromiso, con una inusitada viveza liberadora. Es la tercera palabra de María. La redención del hombre está trazada en los renglones de este himno, aún antes de que nazca Cristo.
Con la gracia que os levanta
magnífica os hizo Dios,
tanto que de sola Vos
el Magnificat se canta;
y la Iglesia universal
con tal nombre os apellida
porque fuisteis concebida
sin pecado original.
(Miguel Cid)
Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados. (Lc 2, 48)
Es el reproche de una madre. Jesús sale bruscamente de la infancia, llamado por una fuerza irresistible. Ocurre lejos de Nazaret. Jerusalén es su meta, su sino. Allí se entretiene en el templo, para desesperación de sus padres. María conoce la magnitud de su aventura, pero no sospecha la literalidad de su aceptación. Esta es la letra pequeña del contrato, los contratiempos que se presentan sin esperarlos, las molestias que no sospechábamos.
De bruces con la realidad. Jesús en el templo. Comienza a señalarse el “hijo del carpintero”. Es el anticipo de la vida pública de Jesús. En ella no estará José. Aquí sí, pero habla María, con entrañas de madre. ¿Por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?… la eterna pregunta que se airea a todos los vientos del mundo, que repiten los ecos de todas las generaciones desde que el hombre es hombre. La humanidad rebrota de nuevo en el ánimo de María. Una madre pregunta por qué. Todos preguntamos por qué.
¿Por qué? Nadie como Ella entiende nuestro sufrimiento.
Mirad el telediario, por qué la guerra y los atentados.
Mirad en vuestros hogares, por qué la enfermedad y la penuria.
Mirad más allá, por qué el hambre y la violación de derechos.
Por qué la crisis, por qué la corrupción.
Por qué la huída, por qué la explotación.
Por qué el tornado, por qué el temblor.
Por qué el aborto, por qué la incomprensión.
Por qué la violencia, por qué el rencor.
Por qué el suicidio, por qué la desesperación.
Por qué la muerte, por qué el dolor.
¿Por qué tan afligida,
por qué me buscáis vos?
¿No veis que cumplo, Madre,
mi obligación forzosa,
no veis que de mi padre
me ocupo y de mi Dios?
(H. García de Quevedo)
No les queda vino. (Jn 2, 3)
Es la compasión. María, mujer compasiva, desde la visita a Isabel hasta el drama del calvario. No cabe la insensibilidad en el corazón de una madre, en la predisposición de una mujer. Es la capacidad de sentir como suyos los problemas ajenos. Unidad del género humano, que se conmueve con el sufrimiento de cualquiera de sus miembros y se alboroza con la alegría de cada uno. Llega el momento de la necesidad, de las carencias y de la precariedad.
“A las duras y a las maduras”, decimos en nuestra tierra. En todas ellas se encuentra siempre a María. ¿Quién es esta mujer capaz de alterar los planes de Dios?, ¿cuál es su fuerza? Sin duda, la del amor, la plena confianza en Dios.
Ante la falta de vino y los apuros de los novios, cuando deja de alegrarse nuestra vida, cuando impera la necesidad, cuando las carencias lastran nuestro caminar…, con ese inmenso poder de persuasiva mediación, María nunca permanece impasible.
Habrá vino que el rey mismo
no le beberá mejor,
pues dicen que cada gota
vale nuestra redención.
(José de Valdivielso)
Haced lo que Él os diga. (Jn 2, 5)
Es la exhortación, el legado de María. Comienza la vida pública de Jesús y los labios de María se sellan para siempre. No recogerán ya los Evangelios palabras textuales salidas de su boca. No hacen faltan. Ha llegado la plenitud de los tiempos y Ella entrega el testigo. Discreto silencio desde el firme seguimiento. Esta es la nueva senda de su vida. Se oculta la madre y aflora la discípula.
No es una frase circunstancial, sino un programa de vida. A partir de ahora, Jesús lo será todo. Su tutela directa ha terminado. No se trata de “escurrir el bulto”, sino de todo lo contrario. A Cristo por María, de Nazaret al Gólgota:
Vuestra Madre fue mi estrella,
que, siendo huerto cerrado,
a vuestro abierto costado
todos llegamos por ella.
(Félix Lope de Vega)
El programa de vida del cristiano, en toda su inmensidad, en toda su riqueza, se resume en seis palabras, éstas, las últimas salidas de su boca –con presagio de grandeza y sufrimiento a la vez, Tabor y Calvario-: “Haced lo que Él os diga”.
Y entonces los recuerdos dolorosos retornan a su mente. Como Madre, presagia peligros sin número, pero respeta la sagrada voluntad de su Hijo.
Yo aún tenía clavadas las palabras
del viejo Simeón que me anunciaban
que Él sería una espada entre los hombres.
Y espiaba sus ojos para intentar adivinar
el día en que comenzaría.
Mas los años pasaban y pasaban
y Él seguía tranquilo en su carpintería
como si aquel terrible destino se alejara.
…
Un día, Él dijo: “Madre, me voy”.
Y no le pregunté adónde iba,
supe que mi papel de madre estaba terminando
y descendí a la sombra de seguirle de lejos.
(José Luis Martín Descalzo)
II
LA IGLESIA CELEBRA A MARÍA
La Liturgia ha sido especialmente generosa con la figura de María. Y lo sigue siendo, pues las formas de piedad en torno a la Virgen y Madre se renuevan sin cesar, y con particularismos propios en cada rincón del planeta. Con excepción de Cristo, claro está, no hay otro santo que más festeje la Iglesia que la Stma. Virgen María. Y la venera desde los primeros tiempos, desde que Isabel la saludara efusivamente estando encinta.
Y si al Señor se le dedica cada domingo del año, fiesta irrenunciable de los cristianos, seña de identidad, a María se le ofrece la jornada sabatina. Sábados de nuestra Señora, que han conocido a lo largo del tiempo mil formas de expresión y de oración, de celebración y de peregrinación, como esa singular Corte de María.
Si hoy se abre cada año natural con la función en honor de Santa María, Madre de Dios, conviene recordar que es la fiesta de la Asunción de María (en otros tiempos y lugares, la Coronación), la fiesta mariana por antonomasia, aunque todos los días proclamen la grandeza de María.
Como amante de la historia de nuestras devociones, aprendí el calendario mariano de una forma singular, litúrgica y sobre todo popular. A través de las llamadas cinco “fiestas mayores” de la Virgen, entre las que se fueron intercalando muchas otras. ¿Qué parroquia, por apartada que estuviera, qué cofradía mariana, por sencilla que fuera, no celebraba con entrañable amor esas cinco perlas de la Liturgia de María?
Inmaculada Concepción, Natividad de María, Anunciación del Ángel, Purificación o Candelaria, y Asunción (Virgen de Agosto).
En nuestras tierras del sur adquiere un sentido más rico ese devenir desde los balbuceos del invierno hasta la plenitud calurosa del verano. María en toda su compleja humanidad, María en su glorificación. Un ciclo que condensa la vida completa de María, su existencia terrenal que la tradición cifra en 72 años, del mismo modo que los tres años de la vida pública de Jesús son la síntesis concentrada de su amor y de su entrega, del precio de nuestra salvación. Pues, al fin y al cabo, las fiestas de María encajan a la perfección con el calendario que ”revive” la historia de Cristo. No podía ser de otra manera. La rica mariología de nuestra religión se refiere siempre y necesariamente al fundamento cristológico de nuestro credo.
Inmaculada Concepción de María (8 de diciembre). Origen y meta. Concepción sin mancha desde el primer instante de vida en el seno de Santa Ana. Fiesta española como ninguna, bandera de devoción, canto de júbilo, exaltación mariana…. María Inmaculada, desde siempre, por siempre, para siempre. Sine labe concepta, sin pecado concebida, timbre de honor de generaciones y generaciones de cofrades, votos de sangre en defensa de esta creencia, declaración dogmática por Pío IX en 1854.
Cristo nacerá…
de una Virgen soberana,
antes del parto, en el parto
y después del parto intacta.
(Pedro Calderón de la Barca)
La boca se nos abre instintivamente al pronunciar esta palabra –“Inmaculada”- y el corazón se agita a un ritmo que sólo se alcanza en nuestra tierra. Inmaculada aquí equivale a Triunfo –columna entre jardines y saltos de agua-, a Sacromonte, a San Jerónimo (primer templo de la Cristiandad consagrado a ese misterio), a religiosas franciscanas concepcionistas del Bajo Albaicín, a grandiosidad en apenas cincuenta centímetros de madera, que sólo Alonso Cano la supo retratar de esa manera, imperecedera. Fiesta de fin de otoño, alivio de Adviento, sabia combinación porque la grandeza de María Inmaculada se aquilata en el misterio de la espera.
Vos sois la zarza divina,
que verde se conservó
entre las llamas de fuego,
y vos la vara de Aarón.
…
Vos la Virgen, cuya planta
ha de pisar al dragón
tirano de nuestras vidas,
desde que a Eva engañó.
…
Vos limpia, Virgen hermosa,
desde vuestra Concepción.
(Félix Lope de Vega)
Natividad de María (8 de septiembre). Han pasado los nueve meses de espera. Mimos y cuidados de mujer embarazada, de madre primeriza. El nacimiento de la Virgen es una bocanada de aire fresco sobre el mundo. ¿Qué le deparará el futuro?, ¿cuál será la vida de una humilde hija de Israel?, ¿por qué la felicitarán todas las generaciones?
Es la Natividad de María explosión de júbilo, gesto de esperanza. Es tiempo de cosecha, del mejor caldo de nuestras vides, creadas por Dios para alegrar el corazón del hombre. María es también la parra fecunda, la causa de nuestra alegría. Septiembre de amores, ¡ay!, Granada, tu septiembre mariano.
No le iguala lumbre alguna
de cuantas bordan el cielo,
porque es el humilde suelo
de sus pies la blanca luna:
nace en el suelo tan bella
y con luz tan celestial,
que, con ser estrella, es tal,
que el mismo Sol nace de ella.
(Félix Lope de Vega)
Anunciación a María (25 de marzo). El Verbo se encarna en el seno de la Virgen. Anuncio del Arcángel, liberación de Israel. María descubre –aunque de momento sólo lo intuye- su papel en la Historia. Escena angélica, escenario doméstico, intimidad de adolescente, anuncio y promesa, duda y temor, respuesta firme, sí, sí, sí. María entra en nuestras vidas, para siempre, desde el mismo momento en que el Hijo de Dios se encarna en sus entrañas virginales.
Tú eres electa de Dios,
Tú asunta, tú la más cerca,
Tú del ángel saludada,
bendita y de gracia llena.
Turbada en oír su voz,
atónita en la respuesta
y admirada en el llamarte
Madre y Virgen, pura y tierna.
(Félix Lope de Vega)
Encarnación, misterio del hombre, generosidad de Dios, regalo, don, sacrificio y perdón. Encarnación, fiesta grande en la Iglesia de Granada. Sus iglesias principales, en la capital y en los pueblos, se dedican a este rotundo misterio de humanidad. Encarnación. Cristo y María se funden en esta fiesta. Comienza la aventura de dos vidas paralelas. Y suele celebrarse esta fiesta en la plenitud de la Cuaresma, con su sesgo penitencial y su reclamo de conversión. El corazón de María fue el primero en experimentar esa conversión a la que todos estamos llamados en esos días en que estrenamos primavera.
Sois paraíso, Reina soberana,
donde se plantó el árbol de la vida,
cuyo olor vivifica, alegra y sana,
y cuya vista es gloria sin medida.
(P. Padilla)
Purificación de María (2 de febrero). Hoy es la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo, pero siglo tras siglo se le conoce como la Candelaria. Han pasado los nueve meses del embarazo, el feliz nacimientote Jesús y los cuarenta días que establece la ley judaica para la purificación de la madre. Fiesta popular como pocas, frío de invierno, noche de “candelas”. Nuestros pueblos se hacen ofrenda, ofrenda de luz y amor a María.
María es la perfecta creyente. ¿Necesitaba ser purificada la que nació Inmaculada y concibió por obra y gracia del Espíritu Santo? Pero allí estaba Ella, purificada y excelsa, con la vela en la mano, mientras José portaba la ofrenda de tórtolas y pichones. Allí estaba Ella, modelo de conversión y camino de perfección, luz de nuestras vidas.
Adelantóse la Gracia,
dejando a la Culpa fuera,
porque la Culpa y la Gracia
entrar juntas no pudieran.
(Pedro Calderón de la Barca)
Asunción de María (15 de agosto). María, en sus glorias, se nos ha esfumado de nuevo. Discreta y sencilla. Allí está, en Egipto desterrada, devota en el templo de Jerusalén, atenta en las bodas de Caná, entregada a la predicación de su Hijo, una más en torno al mar de Galilea, callada y sufriente, junto al Pretorio, en la calle de la amargura, en la falda del Calvario, en la frialdad del sepulcro. Alborozada en la mañana de Pascua, en el Cenáculo de Pentecostés… María, María, María, por siempre mujer fuerte a la vez que delicada; fortaleza divina y humana sensibilidad.
Cuando nuestros campos ofrecen al hombre lo mejor de su cosecha, las doradas espigas que se transformarán en el pan de cada día, el género humano entrega a Dios su joya más preciada, el adelanto de la humana eternidad. Como dormida y llevada por ángeles María, enteramente humana, avanzadilla de la humanidad santificada, asciende en cuerpo y alma hasta los cielos. Pío XII declaró el dogma de la Asunción a los cielos de María en 1950, pero los fieles cristianos llevaban siglos y siglos festejándola en la fiesta de la Virgen de Agosto, el italiano “ferragosto”.
Con este misterio se escribe la página más bella de la escatología de la Iglesia, confirmando el destino que Cristo nos prometió en las infinitas estancias de la casa eterna del Padre. Esta es la corona de sus glorias, que no es un dorado retiro de gozo y majestad, sino una diaria mediación a favor de los hombres, de todos los hombres y mujeres, de todos los tiempos.
Al cielo vais, Señora,
y allá os reciben con alegre canto.
¡Oh quién pudiera ahora
asirse a vuestro manto
para subir con vos al monte santo!
…
¡Tal Reina habrá ninguna,
pues os calza los pies la blanca luna!
(Fray Luis de León)
Un fervor mariano que salpica todo el año, con entrañables fechas en el calendario: Santa María Madre de Dios, fiesta grande de la Virgen (1 de enero), Desposorios de José y María (23 de enero), la Virgen de Lourdes (11 de febrero), la Divina Pastora de las Almas (víspera del Domingo del Buen Pastor), la Virgen de Fátima (13 de mayo), la Visitación a Isabel (31 de mayo), el Sagrado Corazón de María (tercer sábado después de Pentecostés), Ntra. Sra. del Perpetuo Socorro (27 de junio), la Virgen del Carmen (16 de julio), la Dedicación de la Basílica de Sta. María la Mayor o Virgen de las Nieves (5 de agosto), la Coronación de la Virgen (22 de agosto), el Dulce Nombre de María (12 de septiembre), los Dolores de la Virgen (15 de septiembre, antes el Viernes de Dolores), Ntra. Sra. de la Merced (24 de septiembre), la Virgen del Rosario (7 de octubre), el Patrocinio de Nuestra Señora (13 de noviembre), la Presentación de la Virgen (21 de noviembre), la Medalla Milagrosa de María (27 de noviembre), la Expectación ó Ntra. Sra. de la O (18 de diciembre), la Sagrada Familia (domingo siguiente a Navidad)…, además de las fiestas de S. José y de S. Joaquín y Sta. Ana.
Y ello sin contar con la legión de advocaciones particulares celebradas en España e Hispanoamérica, como la Virgen del Pilar o la de Guadalupe.
Solemnidades llama la Iglesia hoy a las grandes festividades marianas en las que suele mediar una definición dogmática, un asidero firme y seguro para nuestra devoción: Inmaculada Concepción, Madre de Dios, Anunciación (María siempre Virgen) y Asunción al cielo en cuerpo y alma. Fiestas se consideran la Presentación en el Templo, la Visitación y la Natividad de la Virgen. En total, son las siete grandes festividades de la Virgen María, que se completan con otras muchas Memorias, una auténtica letanía de inmenso amor a la Virgen.
Mientras paso los dieces
de tu Rosario,
con ternura me abraza
tu Escapulario.
¡Con estas joyas,
qué barata me cuesta
la eterna Gloria!
…dice la copla popular.
Alabanza perpetua a la Virgen María. Rosarios y coronas de dolor y gozo, medallas y escapularios, himnos y cantos (Akathistos -con sus 144 “salve”-, Regina Coeli), plantos y dolores de María, “pésame” y Hora de María, “Via Matris” y “Via Lucis”, una lista interminable de tradiciones que muestran con vehemencia el lugar que la Virgen María ocupa en nuestros corazones.
Además, Mayo se ha convertido en el mes de María. Ya lo anunciaba nuestro rey sabio Alfonso X en sus Cantigas y fue un clamor en muchos puntos de la Cristiandad, hasta que se hizo general en el siglo XVIII y oficial en el XIX la consagración de mayo a la Virgen María. Y para rematarlo, ya cuando se asoma a nuestra puerta el verano, la consagración del mundo cristiano al Sagrado Corazón de María, aquella que, con un comprometido afán pastoral, proclamó Pío XII en 1942: “Obtén paz y libertad completa a la Iglesia santa de Dios, detén el diluvio del neopaganismo, fomenta en los fieles el amor a la pureza, la práctica de la vida cristiana y del celo apostólico”.
María, por siempre María, imbricada sin reservas en el misterio del hombre, en el misterio de Dios. Incardinada desde siempre, y por siempre, en el triángulo divino de la Trinidad.
Eres hija del eterno Padre;
Madre de su Hijo, luz de la Verdad;
desposada con el más fino amante,
tercera persona de la Trinidad.
(Fray Ambrosio de Montesino)
Incardinada, desde siempre y por siempre, en lo más profundo del sentir popular, que hizo de María su bandera y, especialmente, en esta Tierra de María Santísima.
Todo el mundo en general
a voces, reina escogida,
diga que sois concebida
sin pecado original.
(Miguel Cid)
¿Cómo es que Granada, nuestra Granada, no luce entre sus insignes títulos el de MARIANA? Tierra de María, de amplios mares y vastos horizontes, tierra mariana, ma-ria-na, de vocales anchas y rendidos corazones. Algún día, espero, habrá que añadir oficialmente el título de MARIANA al nombre de GRANADA.
III
EL PUEBLO ACLAMA A MARÍA COMO REINA Y MADRE
En este Año de la Fe, recordamos que la veneración a la Virgen es la bella herencia de la fe de nuestros mayores. De quienes trajeron la fe y la defendieron, entregando incluso sus vidas en el empeño. De reyes y de nobles, de obispos y sacerdotes, de generaciones y generaciones de personas sencillas y devotas, que por dos veces cristianizaron la tierra que pisamos.
No olvida que invocándote arrancaron
con sangre a los infieles
la Granada preciosa, que clavaron
de España en los cuarteles;
ni que en Lepanto fuiste la defensa
del católico mundo,
siendo la armada de Selim, inmensa
presa del mar profundo.
(P. de Madrazo y Kuntz)
Granada, evangelizada por medio de María. Con sus barriadas de la Virgen y de las Angustias (Virgencica); quince parroquias la llevan por nombre en la ciudad; en los pueblos son la inmensa mayoría. Sesenta calles granadinas tienen nombres relativos a la Virgen. Las campanas vibrantes suelen llamarse “Santa María” y cuando nos acercamos a un torno a comprar dulces de monjas aún respondemos: “Sin pecado concebida”.
La piedad popular es una emoción, un impulso, un sentimiento…, también la expresión de una fe tan sólida como sencilla. Porque lo auténtico nace del corazón. Angustias y Rosario son los dos más sólidos pilares marianos de Granada. Imágenes que roban corazones y devuelven los rezos en favores. Se representan inequívocamente como la Madre de Dios, con Jesús en sus brazos. La nuestra, que es tierra de gentes pacientes y sufridoras, acogió como su principal patrona a la Virgen de las Angustias.
O vos, hombres, que transistes
por la vía mundanal,
decidme si jamás vistes
igual dolor que mi mal.
(Gómez Manrique)
Y es que la geografía granadina se inundó literalmente de devociones y cofradías marianas en pasados siglos. Una sola Virgen María, cien nombres como cien piropos para la Madre de Dios.
Para Ella todos los rincones de un ciudad de belleza sin par.
Para Ella el rumor de los ríos y el frescor de los pilares,
la fragancia de los cármenes y la luz de sus amaneceres.
Para Ella la lanza de sus cipreses y el primor de sus empedrados,
la calidez de sus patios y el color de sus atardeceres.
Para Ella la monumentalidad de sus fachadas, la esbeltez de sus campanarios,
la rotundidad de sus torres y la grandiosidad de sus puertas.
Para Ella el temblor de sus álamos, la generosidad de sus valles,
el repicar de sus campanas y la melancolía de sus placetas.
Para Ella la blancura de sus tapias y la calma de sus estanques,
el trino de sus ruiseñores y el revuelo de sus acequias,
la humedad de sus aljibes, la coquetería de sus farolas,
la amplitud de sus plazas, la discreción de sus calles,
el talismán de sus cruces, la santidad de sus montes,
la vistosidad de sus cumbres,
el mosaico de sus callejuelas,
la atalaya de sus miradores,
la tierra, el agua, el aire… de Granada
…y el corazón de sus gentes.
Herederas de aquella tradición son hoy las hermandades de gloria en honor de la Virgen Santísima. Una letanía mariana granadina, que se consolida año tras año. Cofradías que tienen como escenario nuestros barrios, los más tradicionales y los más modernos, que custodian como oro en paño el amor a María, que le rezan, que le cantan y la pasean por sus calles.
Una salve marinera para la Virgen del Rosario (Co-patrona Coronada) al llegar cada año ese esperado 12 de octubre.
Una salve inmaculada para la Virgen de los Favores en su festividad del 8 de diciembre, en la Vigilia cofrade de la Catedral.
Una salve dominicana para la Virgen de la Candelaria ó del Socorro en procesión claustral por Santo Domingo.
Una salve espontánea para la Virgen de Lourdes en las fiestas de su barrio del Barranco del Abogado.
Una salve serrana para la Morenita del Cerro del Cabezo, en la anual peregrinación de su hermandad granadina.
Y cuando llega mayo, ay, cuando llega mayo… Salves y más salves para nuestras Vírgenes de gloria, coquetas y expresivas, desenvueltas, dicharacheras, granadinas y andaluzas.
Una salve trinitaria para Nuestra Señora del Buen Remedio, por las calles del barrio de Nueva Granada.
Y una salve salesiana para María Auxiliadora, la que vive en el colegio del Zaidín.
Y una salve alhambreña para la Reina a la que saluden las ramas de un bosque de amores, María Auxiliadora de Granada.
Y una salve rociera para peregrinos granadinos cruzando el Quema, en vísperas de Pentecostés.
Y una salve encendida para el Sagrado Corazón de María, desde el Sagrario de la Catedral.
Y, a punto de despedirse junio, una salve redentorista para el sagrado icono de María del Perpetuo Socorro.
Y, al despuntar septiembre, con ecos de Virgen de Agosto, una salve franciscana para la Virgen de los Ángeles.
Y una salve esperanzada –Natividad de María- a la Virgen de Gracia en el interior de su iglesia parroquial. Ojalá podamos verla en nuestras calles, en su cuarto centenario. Como pronto esperamos ver ese sueño ilusionado –juventud cofrade- en la parroquia de San Isidro, Nuestra Señora de la Granada.
Una singular corte de María, hermandades herederas de advocaciones de ayer y de siempre. Nos resistimos a que queden olvidadas: Antigua, Carmen, Pópulo, Buena Dicha, Madre de Dios, Asunción, Pureza, Transfixión, Pura y Limpia, Dolores Servita, de la Rosa, del Pilar, Guadalupe, Visitación, Presentación, Natividad, (Tres) Necesidades, Purificación, Candelaria, Coronación, Remedios, Anunciación, Buen Consejo, del Sepulcro, Loreto, Guía, de la Correa, Dulce Nombre, de las Cuevas, del Destierro, Ave María, Piedad, Tránsito, de los Desamparados, Belén, Buensuceso, Humildad, Lágrimas, Fátima, Divina Pastora, Mercedes, Refugio, Covadonga, Montserrat, de las Nieves, Regina Mundi, Divina Enfermera, Aflicción, La Milagrosa, Divina Infantita, Caridad… Y otras muchas conservadas hoy en el nombre de nuestras Dolorosas.
Y, entre todas ellas, una sola, patrona por el sentir popular, dos y tres siglos antes de que fuera reconocida oficialmente, penitencial y de gloria a la vez, patronal, ANGUSTIAS, Reina y Madre de Granada. Se me antoja que, durante todo el año, eres cerro y marisma, obelisco y basílica, vega y montaña…, cruz y corona.
Virgen oferente, expone el sacrifico cruel (carne de su carne, sangre de su sangre) como garantía de la nueva alianza entre Dios y los hombres. Miradla bien en este retablo, deliberadamente situada entre la gloria de Dios Padre y nuestra esperanzada humanidad.
¡…Solita y en tierra ajena,
cuando un hijo que tenía
más blanco que una azucena
me lo están crucificando
en una cruz de madera!
(Carmen Conde)
El pueblo entiende de sufrimientos, claro que sí. Los lienzos que adornan las paredes de este templo resumen la Pasión de Cristo, el Dolor de María, el sufrimiento de los hombres. Es toda una catequesis.
Cuchillo será este niño,
Virgen, que os traspasará
el alma y el corazón…
Que como quiso venir
desde el seno de su Padre
al mundo sólo a morir,
por él, tú que eres su madre,
la mitad has de sufrir.
(Félix Lope de Vega)
María en el trance de la Crucifixión.
Hasta los pies y las manos
de Jesús los clavos entran,
pero a la Virgen María
las entrañas le atraviesan.
…
A Cristo en la cruz enclavan
con puntas de hierro fieras,
y a María crucifican
el alma con clavos de penas.
(Félix Lope de Vega)
María, enhiesta, al pie de la Cruz.
Estaba en honda agonía
al pie de la cruz llorosa
la Madre Virgen María,
y de la cruz afrentosa
el Hijo muerto pendía.
(José Zorrilla)
María, la Madre, en humana Soledad.
Sin Hijo, porque está muerto;
sin luz, porque llora el sol;
sin voz, porque muere el Verbo;
sin alma, ausente la suya;
sin cuerpo, enterrado el cuerpo;
sin tierra, que todo es sangre;
sin aire, que todo es fuego;
sin fuego, que todo es agua;
sin agua, que todo es hielo;
con la mayor soledad
que humanos pechos se vieron.
(Félix Lope de Vega)
Pienso que te miraba a ti, Igino Giordani, bibliotecario del Vaticano, hagiógrafo y político en camino de beatificación, cuando escribió: “Nunca ha parecido ella tan reina como en semejante dominio de su dolor: ella, criatura humana, manteniendo en su regazo a aquel Hijo muerto que era Dios. Se apoyaba en aquel muerto que era la Vida”.
Tú sabes bien, Madre, la fe oculta y sencilla que te visita cada día. Tú sabes distinguir bien las voces de los ruidos. Aquí no se viene con frivolidades ni ligerezas. Vienen con el corazón en la mano; a menudo tienen sed de Dios. Buscan esa Vida que está en tus brazos. En Granada se quiere a la Virgen de veras y se le habla como a una madre. Y Ella, madre solícita, se nos adelanta, sale a nuestro encuentro. Alegrías y penas, peticiones y acción de gracias. Espadas de dolor, como las siete vuestras, setenta veces siete dolores de la vida.
Queridos responsables de la Basílica y la Hermandad, vuestra responsabilidad es siempre darla a conocer a Granada, atraer a todos hasta sus pies, hasta el sagrario, satisfacer las necesidades de quienes la buscan con corazón sincero en su camarín, en su templo, por las calles… Pero nuestra religiosidad no puede ser flor de un día. Los cultos no son actos sociales. Son el testimonio de nuestra fe y en esto nuestra querida hermandad sacramental y patronal ha de ser un completo ejemplo. Este es el sentido cabal de este Año Jubilar del Centenario. Si me quedo con algún acto de los ya vividos, sin duda son las peregrinaciones. Aquí confluyen las sendas de la vida, los caminos de la Verdad. Este santuario es lugar de acogida y de consuelo, incluso para quienes no lo sienten o no lo saben ver. Aquí, la Mariología se escribe desde abajo.
María es “corazón de humanidad” (Ch. Lubich), esencia de mujer, ejemplo de maternidad. ¿Qué tiene esta imagen que roba los corazones, que embelesa los sentidos, que cautiva a las gentes sencillas? Así ha sido desde hace casi quinientos años. Tantos miles, miles y miles de fieles, no pueden estar equivocados. Te miraban, Madre, como lo hacemos nosotros.
IV
GRANADA, A TUS PLANTAS POSTRADA
Por siempre, Tú eres Angustias de Granada. A tus plantas vendrán a reconocer tu realeza bendita, como palomas de paz, las Vírgenes de Granada, treinta y tres perlas de esmerada devoción, una por cada año de la vida de Cristo, treinta y tres muestras de co-redención en singular peregrinación mariana.
Partamos, dulce Jesús,
el cáliz desta pasión,
que Vos le bebéis de sangre,
y yo de pena y dolor.
(Félix Lope de Vega)
Los dedos primorosos de vestidores, floristas y priostes, las manos ágiles de mayordomos y diputados, los pies orantes de dos mil hermanos costaleros, se aprestan estos días para una manifestación mariana sin parangón. Magna Peregrinación que significa un testimonio de fe, un signo de comunión, un canto de esperanza, una promesa de caridad. Un grito inequívoco de identidad cofrade y cristiana, lanzado a los cuatro vientos del aire de Granada.
Desde el valor de las cosas sencillas,
hasta la entrega que exige el amor,
eres resumen de fe y de confianza,
eres la paz que nos deja el Señor.
Desde el camino que lleva hasta el monte
hasta el camino que lleva hasta el mar,
eres viajera que dice a los hombres
que en Dios reside la eterna verdad.
(Cantoral Litúrgico Nacional)
María peregrina. Barrio y cuesta, valle y vega, monte y mar. Tus Vírgenes, Granada, de la ciudad y de la diócesis, venidas de los cuatro puntos cardinales, en devota peregrinación mariana. MARÍA, REINA DE GRANADA, justamente en la víspera de Pentecostés, cuando reconocemos a María “verdadera y merecidamente Reina de los Apóstoles” (Ch. Lubich).
Senda de dolor y gloria, reflejo de nuestra vida. Camino que todos transitamos con el ejemplo de María.
Déjame hacer junto a ti
ese augusto itinerario.
Para ir al monte Calvario,
cítame en Getsemaní.
A ti, doncella graciosa,
hoy maestra de dolores,
playa de los pecadores,
nido en que el alma reposa.
A ti, ofrezco, pulcra rosa,
las jornadas de esta vía.
A ti, Madre, a quien quería
cumplir mi humilde promesa.
A ti, celestial princesa,
Virgen sagrada María.
(Gerardo Diego)
Letanías lauretanas y salvíficas, imágenes de María (azucena, lirio y huerto, torre de David, oliva y fuente, rosa, palma, espejo), en una semana, ya tan sólo, se escribirán con nombres de Dolorosa para rematarse con fulgores de gloria. Madre entre las madres, Reina entre las reinas de Granada. Imágenes coronadas, patronas veneradas, “novias” de nuestra Semana Santa… en este septiembre anticipado.
Señora de Granada, mar de amor,
Océano de paz
Y Consolación segura.
Ahora y por siempre
Nuestra Luz eres tú.
Granada es a tus pies
Un grito de Triunfo.
Salud para los hombres,
Te pedimos cada día.
Inmenso remanso
Anegado de Merced,
Señora de Granada.
Del firmamento, la Estrella
Eres tú, nuestra abogada.
Granada toda, a ti, Concepción,
Rendida te aclama,
Adorno para tus Penas,
Nítidos resplandores.
Amor y Trabajo, deseo
Del pueblo que te ama,
Aurora de la mañana,
Señora y madre coronada.
Oh, Madre de la Paz
Y medicina del alma.
Ave, Madre del Sacromonte,
Nadie en ti perece,
Granada de Maravillas,
Ungida de eternidades.
Sintiendo ya tu Alegría.
Te suplican en este mundo,
Inundado de Amargura,
Amoratado de heridas,
Señora de la Encarnación.
Dolores, con tus tres clavos,
En la Carrera del Darro.
Granada y Roma te rezan,
Reina del Mayor Dolor.
Anida en tus ojos
Nuestra firme Esperanza,
Acógenos en tus manos.
De la Alhambra, la sultana,
Altar de la fe cristiana,
Surtidor de Misericordia,
Oh, Madre, dulce consuelo
Y del Rosario soberana.
Anuncia tu paso de palio
Nuestra Victoria cercana,
Gastando en nuestro sufrir
Ungüentos de Soledad,
Señora desamparada,
Tú, Soledad descarnada,
Inhiesta junto a la cruz,
A la vera del Calvario
Soledades derramas.
De los Reyes, Madre mía,
Eres reina pura y casta.
Granada entera te aclama,
Reza a tus plantas de Madre,
Aroma de rosa temprana,
Nenúfar en sus estanques,
Azucena en sus jarras.
De Granada eres la guía,
ANGUSTIAS, Madre del alma.
Desde el Poniente granadino,
Inspíranos tu Caridad.
Oh, de Motril, la Cabeza,
Salve, Madre del Martirio,
Te aclama así la Alpujarra.
En la costa eres la Antigua.
Salve, Angustias soberana,
Alhama se postra a tus plantas.
Lepanto te trajo gloria,
Virgen, Reina del Realejo,
El Rosario de Granada.
Nuestra exaltación de María tiene siempre un toque de melancolía. Porque a una Madre no se le oculta nada.
Porque es Madre de Dios mismo
y Madre de pecadores.
(Félix Lope de Vega)
Porque cuando Ella ríe es por nosotros y cuando Ella llora es por nosotros. Porque sufrió, mereció la gloria.
Y fue maravillosa cosa
que de la espina salió la rosa.
(Vida de Santa María Egipciaca)
Aún más, heredó el paraíso, donde nos espera.
Cuando Dios fue contigo desposado
multiplicó esta unión maravillosa
aquel cielo, de justos estrellado,
que es la Iglesia magnífica y hermosa.
Y como del caudal multiplicado
la mitad, por derecho, es de la Esposa,
bien puedo, Virgen, por tu amor y celo
decir que es tuya la mitad del cielo.
(A. de Bonilla)
Por eso, nosotros la reconocemos como reina.
Antes de ser mujer ciñó corona
y antes de tener alma tuvo imperio,
antes de tener vida era ya Reina.
(Fr. Francisco de Jesús)
Es Reina, porque también lo es su Hijo. Radicalmente humana y esencialmente divina. Ese es el misterio de María. Angustias, ¡cien años coronada! Mujer puente entre la gloria divina y el humano pecador.
La corona se quita María
y a su propio Hijo se la presentó,
y le dijo: «Ya yo no soy Reina,
si tú no suspendes tu justo rigor».
Jesús respondió:
Si no fuera por tus ruegos, Madre,
ya hubiera acabado con el pecador.
(Fernán Caballero)
Cómo no querer, pues, vivir y morir en su regazo. Eso deseamos en esta bendita tierra de María Santísima. A Ella nos encomendamos.
Y en aquel tremendo día
de justicias y de espanto,
que me salve a mí tu llanto
al pie de la santa cruz.
(José Zorrilla)
No me he resistido a utilizar versos de nuestros mejores poetas: Gómez Manrique, Juan del Enzina, Valdivielso, Montesino, fray Luis de León, García de Quevedo, Lope de Vega, Miguel Cid, Calderón de la Barca, fray Francisco de Jesús, el P. Padilla, Fernán Caballero, Madrazo, Hartzenbusch, Bonilla, Zorrilla, Gerardo Diego, Carmen Conde, Gabriel y Galán, Martín Descalzo… Para hacer con ellos una alabanza personal. Un pregón, cien nombres de María, trescientos versos en su honor. Ahora toca hablar con el corazón.
“Madre, venimos a Ti, que escuchas a todos: la fe nos lo dice y el corazón nos lo asegura” (Ch. Lubich). Te amamos porque nos mostraron tu cercanía desde pequeños. Porque, desde que nacemos, lucimos en el pecho esta medalla. Nos sentimos orgullosos de llevarla. Gratis la recibimos y gratis debemos darla: ¿qué precio tiene una Madre?
Agarra fuerte tu medalla, esa que con tanto amor te regalaron. Apriétala contra tu pecho. Cierra los ojos…, piensa en quienes te amaron… y busca sin tardanza otra medalla… para tus hijos, para tus nietos.
Aquí, en este lugar sagrado, zarza ardiente que no se consume, reconozco que he pasado la mitad de mi vida. Aquí me ensañaron a amarte, a escribir tu nombre, breve, rotundo, luminoso, inmenso como las aguas del mar, infinito como el cielo.
Sea para mis padres, catequistas y maestros, mi última y más sencilla oración, María, la de escribir tu nombre.
MA – RÍ – A. María se escribe en Granada con el verdor de la Vega y el aire de la montaña, con el agua de sus ríos y la altivez de su Alhambra, de ciudad mora y cristiana.
María se escribe en Granada…
con M de Madre, de mimo, de mueca de cariño, de manto protector.
María se escribe en Granada…
con A de Amor, de alabanza, de antorcha, de amparo de la ciudad.
María se escribe en Granada…
con R de Reina coronada, remedio y refugio en nuestra necesidad.
María se escribe en Granada…
con I de Inmaculada, íntegra, imperecedera, incólume en su firmeza.
Y María se completa en Granada…
por los siglos de los siglos, con A de Angustias, Reina de Granada.
He dicho.