Centenario Coronación

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Los lienzos de la Pasión de Cristo

17 Mar 2013 en Historia | 0 comentarios

 

DOLORES DE MARÍA, SUFRIMIENTOS DE CRISTO

Ciclo pictórico de la Basílica de las Angustias

 

            Traspasar el cancel de la monumental Basílica de Nuestra Señora de las Angustias, Patrona de Granada, es como situarse en el umbral del paraíso. La fábrica barroca de este templo se concibió como una delirante alabanza a la Madre de Dios. Pero, en medio de la fastuosa teatralidad del Barroco, la mirada si dirige indefectiblemente al lugar de mayor concentración devocional: ese ventanal desde el que la Santísima Virgen de las Angustias “se asoma” al altar mayor de la Iglesia.

Llama la atención que esta iglesia, en su realidad arquitectónica, se concluyera en 1671, el mismo año en que se constituyó en Granada la Venerable Orden Tercera de Siervos de los Dolores de María Santísima. Siempre fueron juntos, en el sentir popular los Dolores y Angustias de María. Y más en Granada. Y es que la representación de la Piedad (que en Granada llamamos Angustias) no es más que una expresión sublimada e hiperhumanizada de la devoción a los Dolores de María, tronco fecundo del que derivan tantas devociones de pasión, ligadas al misterio de la Cruz y a las cofradías penitenciales.

Cuando uno se detiene a contemplar la nave central de esta Basílica de las Angustias, comienza a ponderar los detalles: la profusión decorativa de su bóveda, el fastuoso Apostolado (pilar de la Iglesia) de Duque Cornejo (entre 1714 y 1718), los arcos que se abren a las capillas laterales y, sobre ellos, la colección de lienzos relativos a la Pasión de Cristo.

Tradicionalmente se atribuye esta serie pictórica (seis lienzos de 220 por 160 cm. aproximadamente pintados al óleo) al poco conocido artista Juan Leandro de la Fuente, de taller en Granada pero obra muy dispersa. Estos son sus temas: el Juicio de Jesús (ante los Tribunales), la Flagelación y la Coronación de Espinas, en el lado de la Epístola; Jesús arrodillado a la espera de ser crucificado, la Crucifixión de Cristo y la Lanzada, en el del Evangelio.

Se trataría de una serie de siete dolores, al completarse con la imagen titular del templo, la venerada Virgen de las Angustias, de escultura, situada en el retablo mayor. De este modo, se distribuyen a un lado tres escenas acaecidas en Jerusalén, es decir relacionadas con el proceso de Jesús, y al otro otras tres ya ubicadas en el Calvario, culminado por la representación de la Piedad, que une a Cristo y a la Madre. Faltan escenas significativas, de gran impacto popular, como es la de Cristo cargado con la cruz, y parece que siguió ausente en posteriores encargos pictóricos, tal vez porque, también de escultura, y obra del genial Pablo de Rojas, se veneraba esta representación como imagen titular de la Hermandad (como la fue en tiempos más antiguos el Crucificado ubicado hoy en la Sacristía).

Los Dolores de María, presentes en himnos antiguos, derivados de escuetas citas evangélicas como las de Lucas (“una espada de atravesará el alma”, Lc 2, 35) o Juan (“junto a la cruz de Jesús estaban su madre…”, Jn 19, 25-27), además de las Lamentaciones de Jeremías en el Antiguo Testamento, originaron un caudal devocional que inundó, el arte, la liturgia, los ejercicios piadosos y el canto y la música sacros. Sólo a título de ejemplo pueden citarse el Vía Crucis, el “Stabat Mater”, las Revelaciones de Santa Brígida de Suecia, los Misterios Dolorosos del Rosario, la Corona Dolorosa, piezas de teatro sacro, etc.

Los siete Dolores de la Virgen han presentado variaciones diversas a lo largo del tiempo, ofreciendo ciclos diversos e incluso aumentando su número hasta las cincuenta escenas. En su formulación más clásica (por ejemplo, la que se encuentra específicamente en el Devocionario de las Angustias de Granada editado en 1913) incluye esta Corona Dolorosa la Profecía de Simeón, la Huída a Egipto, Jesús perdido y hallado en el Templo, Jesús cargado con la Cruz, la Muerte en la Cruz, Cristo muerto en los brazos de María y la Sepultura de Jesús.

Hay versiones más propiamente pasionistas de estos Dolores de María, que eliminan las escenas primeras de premoniciones o presentimientos para dejar únicamente escenas de la Pasión. Este sería el caso de la serie que nos ocupa. Con este mismo sentido pasionista, cabe resaltar, como hace Domingo Sánchez-Mesa, la vinculación de los Dolores de María con el Oficio de las Horas, auténtica joya de la Liturgia Católica, vinculación que consta ya en el siglo XV (como las “Muy Ricas Horas” del Duque de Bérry), ligando el Prendimiento a Maitines y Laudes, el Interrogatorio de Jesús a la hora Prima, la Flagelación a Tercia, Jesús con la Cruz a cuestas a Sexta, la Crucifixión a Nona, el Descendimiento a Vísperas (de ahí la miniatura de las Angustias en el Vesperal de la Catedral granadina) y el Entierro de Cristo a Completas.

           Abundando aún más en el tema, solamente misterios de pasión conforman específicamente las siete Angustias de María, que comúnmente se confunden con sus Dolores, aunque Fermín Labarga hace un esfuerzo por individualizar esas Angustias de la Virgen, que se ligan exclusivamente a las escenas del Calvario: ver clavar a Jesús, asistir a su agonía, contemplar su muerte, presenciar la lanzada de Longinos, asistir al Descendimiento, sostener el cuerpo en su regazo (nuestra Virgen de las Angustias propiamente dicha) y depositarlo en el sepulcro.

Basten estos detalles para observar cómo desde la devoción y desde la liturgia, los Dolores de María se convirtieron en un objeto preferente de meditación y de oración, ocupando todas las horas del día y un espacio muy sensible en la espiritualidad mariana y pasionista. El arte no se quedó atrás, aportando un repertorio iconográfico impresionante. “Dolores” y “Angustias” se conjugan, pues, en las representaciones de las paredes de la Basílica.

Tal es el caso del ciclo de Juan Leandro de la Fuente, aunque la restauración de los cuadros, que acomete en la actualidad la Basílica y la Real Hermandad de las Angustias, demanda un análisis más detenido de las obras y de su autoría. Así, el cuadro de la Flagelación aparece firmado por Miguel Jerónimo de Cieza en 1671, es decir el mismo año de la consagración del flamante templo barroco. Se sabía de la vinculación de Cieza y de Ambrosio Martínez de Bustos, formado en su taller, en otros lienzos que, realizados incluso antes de esa fecha, vinieron a completar el ciclo, ubicándose sobre las tribunas de los extremos de la nave del crucero.

En concreto se trata de Jesús presentado al pueblo por Cieza (1669), un Calvario y el Descendimento por Martínez de Bustos (1669), estos dos últimos en el testero del crucero en el lado del Evangelio, para no romper la sucesión de las escenas de todo el conjunto de lienzos. En fin, la ubicación de las obras ha podido sufrir cambios a lo largo del tiempo, e incluso la sustitución de obras de unos autores por las de otros. En cualquier caso, el ciclo así aumentado, sigue insistiendo en el contenido pasionista y “completando” los Dolores de María.

Aún más, coronando los retablos ubicados en la nave del crucero, renovados por Isidro Fernández Navarro hacia 1721-22, se observan, aunque muy oscurecidos, otros dos misterios de la Pasión, en este caso en formato ovalado: en el lado de la Epístola, la representación de Jesús orando en Getsemaní; en el del Evangelio, el Entierro de Cristo. Marcan, por tanto, respectivamente el inicio y el fin de un ciclo que rodea la iglesia entera, con un total de doce representaciones, contando también la Sagrada Imagen Patronal. Nótese que, de este modo, las siete representaciones pictóricas que colman el lado del Evangelio, junto a la escultura de Ntra. Sra. de las Angustias, completan la ya concretada serie de sus Angustias.

De manera que parece más que probable que esa larga y variada tradición devocional acabase inspirando la decoración pictórica del templo de las Angustias de Granada, por otro lado ligado siempre a sentimientos y creencias de fuerte arraigo popular. Y me atrevería a ampliar este ciclo pasionista de doce escenas con las dos tallas del Crucificado y el Nazareno, que pudieron estar en dichos retablos del crucero, y que acompañaban a la Virgen de las Angustias en su estación de penitencia, pues su Real Hermandad fue de disciplina y sangre durante siglos.

El ciclo se articularía, por tanto, en una amalgama de pintura y de escultura, nada rara por otra parte. En esa línea ha señalado Juan Jesús López-Guadalupe cómo la capilla del Cristo de Burgos en la misma Basílica, de nuevo con la escena del Calvario, conjuga magníficamente las esculturas de Cristo y de María al pie de la Cruz, con las tablas pintadas que les sirven de fondo.

Hoy en día ocupan los mencionados retablos del crucero la representación de Jesús Nazareno y una imagen de San José, del círculo de Risueño. Iconografía esta nada extraña, por el auge que adquirió su culto en el siglo XVIII y por su ubicación en el lado de la Epístola, donde comienza el ciclo pasionista. También el tema del dolor se ligó devocionalmente a San José y afloró en el Setecientos la piadosa costumbre de los cinco Dolores de San José (Nacimiento de Jesús en un pesebre, Profecía de Simeón en el Templo, Huída a Egipto, Pérdida del Niño en Jerusalén y separación de María y de Jesús en el momento de su muerte). De este modo, aparecen también, de forma simbólica que no explícita, los ya mencionados dolores premonitorios en este imponente ciclo basilical.

Y, al más puro estilo catequético contrarreformista, lo que nace como una devoción esencialmente mariana queda sólidamente ligada a la figura central de Jesús, ante la que María es Mediadora y, por su Pasión, Muerte y Resurrección, Corredentora. En este sentido, la ubicación exacta del papel de María, en este caso en sus Angustias, queda patente en la invocación con la que Fray Diego José de Cádiz termina su ardiente oración a la Patrona de Granada:

Madre llena de dolor,

haced que cuando expiremos

nuestras almas entreguemos

en las manos del Señor

 

 

Miguel Luis López-Guadalupe Muñoz

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