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La Virgen de las Angustias.-Historia de la liturgia

4 Mar 2013 en Historia | 0 comentarios

 

LA VIRGEN DE LAS ANGUSTIAS: UN PROCESO DE DEFINICIÓN LITÚRGICA

Miguel Luis López-Guadalupe Muñoz

 

La historia de la liturgia resulta siempre fascinante. Es todo un proceso de depuración, en el que unas propuestas se superponen a otras en virtud de circunstancias diversas, como puede ser un fundamento teológico más sólido, el auge de la devoción, el impulso de órdenes religiosas o de prelados influyentes y la reinterpretación de las fuentes de la escritura.

En este sentido, las festividades de la Virgen María han jugado a lo largo del tiempo un papel esencial en el proceso de definición del papel de María en las historia de la redención. Baste un solo ejemplo, muy ligado a España: la tenaz defensa del misterio de la Inmaculada Concepción, en la que se sumaron el rey y el pueblo, los obispos y los más humildes frailes, haciendo de ella toda una causa “nacional”, tardó dos siglos y medio en lograr el refrendo papal. Ciertamente, en Roma se recelaba de esta creencia por motivos diversos y hubo que esperar hasta Pío IX, en 1854, para alcanzar su definición dogmática. En ese momento, en cambio, su celebración en una España sumida en el bienio progresista pasó sin pena ni gloria. Esto es, las circunstancias jugaron en cada momento su papel.

Y también lo hicieron, por supuesto, en la devoción granadina a la Virgen de las Angustias.

 

La Hermandad de las Angustias en la década de 1630

 

La de 1630 fue una década intensa en la vida de su Hermandad. Adaptada ya a su nuevo marco parroquial, y en medio de una continuada ausencia arzobispal (hasta 1642), por ocupar Santos de San Pedro y Valdés y Llano la presidencia del Consejo de Castilla, la Hermandad Sacramental de Nuestra Señora de las Angustias asume sus posibilidades y sus límites, tratando de redefinir su papel y acentuar sus prerrogativas sobre la imagen que despertaba una devoción creciente.

Esta era, en gran medida, su razón de ser. Los complejos cambios operados por la corporación cofrade a mediados del siglo XVI quedaron sancionados por el “boom” devocional de una imagen escultórica que se dijo traída a Granada de forma sobrenatural. En lo que coinciden los relatos de esta “aparición” es que sería “el amparo de la ciudad”. Cuando el siglo XVII alcanza su primer tercio era ya ocasión de demostrarlo.

En un tiempo, insisto, en que el cabildo catedralicio en sede vacante y los gobernadores eclesiásticos con plenos poderes delegados por arzobispos ausentes dominaban la Iglesia de Granada, se produjeron acontecimientos importantes para la devoción de la Virgen de las Angustias y la trayectoria de su hermandad. Con el enérgico beneficiado D. Pedro de Espinosa –ligado a la parroquia de las Angustias durante más de veinte años- se desata la tensión pleiteísta entre la Real Hermandad y el clero parroquial.

Convenía esclarecer muchos puntos de la convivencia diaria. La Hermandad soportaba mal la presencia de otras cofradías en la misma sede, y era lógico pues durante décadas la había regido con exclusividad. Y, de forma especial, recelaba de la activa presencia de otra asociación de seglares que rendía culto a la misma imagen titular, la Esclavitud de Ntra. Sra. de las Angustias. La iglesia había sido ampliada, como exigía la funcionalidad de una parroquia, y esa ampliación estuvo terminada en 1629. Además, era el momento de perpetuar la memoria de la mencionada “aparición” de la imagen, antes que el discurrir del tiempo difuminara aún más sus detalles y circunstancias. A ello responde la declaración, registrada con toda la fuerza del Derecho, del sacristán Alonso de Garaiuto o Garavito en 1633.

 

1927.- Salida en rogativas para la lluvia

Las intervenciones taumatúrgicas de la imagen a favor de la colectividad toman cuerpo por entonces. Que era una imagen devota en el conjunto de Granada lo expresa con claridad el regalo de un manto por parte del ayuntamiento de la ciudad en 1628, pero aún más su benéfica intervención en la sequía de 1635, que parece la primera de una larga serie. En aquella ocasión, la bendita imagen fue llevada hasta el céntrico convento de San Agustín y los efectos fueron inmediatos, pues la lluvia empezó a caer al mismo tiempo que entraba en aquel convento, quedando la gente –explica Henríquez de Jorquera- “contentísima”.

 

1638: un oficio litúrgico propio

 

En este contexto la Hermandad acomete la construcción de una cruz de piedra ante la fachada de la iglesia y consigue un oficio litúrgico propio, ambas cosas en 1638, aunque indudablemente este segundo aspecto debió llevarle un largo periodo de gestiones. Fue un gran logro contar con ese magnífico “Officium in sacrosancta maximeque commemoranda festivitate transfixionis seu angustiarum sacrarum deiparae gloriosissimae atque semper virginis Mariae”, propio de la Iglesia de Granada, para el día 9 de febrero. Era el triunfo de celebración propia, de una devoción local.

La Hermandad tomó como un éxito propio esta concesión del papa Urbano VIII, subrayando años más tarde que se trataba del oficio para las siete horas canónicas y misa, inserto en el Breviario y Misal Granatense, con carácter de “solemnidad doble mayor”. Como se observa, la fiesta era propia del título de Transfixión (Traspaso) o Angustias de la Virgen María. Nos queda constancia del redactor material del texto litúrgico: el canónigo de la iglesia del Salvador, D. Feliciano de Ojeda Marañón de Mendoza, autor asimismo de la que por el momento parece la más antigua obra impresa sobre la Virgen de las Angustias, la “Memoria y recuerdo de las excelencias, aflicciones y angustias de la Virgen María”, publicada en 1653.

Y es que, junto a las festividades de las Santas Úrsula y Susana, titulares de su antigua ermita, la Hermandad de las Angustias celebró desde su origen como fiesta principal la de la Transfixión de la Virgen, el día 9 de febrero de cada año, que al poco se confundió con la fecha (imprecisa siempre) de la llegada de la imagen escultórica de la Virgen de las Angustias. Hoy esta festividad se conserva con el nombre de Fiesta Grande o de la Aparición de la Virgen de las Angustias, celebrándose con toda solemnidad, como función principal de su Hermandad, el segundo domingo de febrero. Le seguía, a veces a bastantes días de distancia, la celebración de sus cultos cuaresmales, como correspondía a una hermandad por entonces penitencial. Los cultos patronales por excelencia, empero, son hoy los del mes de septiembre de cada año, más acorde con la tradición devocional de la Orden Servita.

En 1671 la granadina Virgen de las Angustias se adscribe por primera vez a la festividad litúrgica propia de la Orden Servita: los Dolores de María. Adopta el rezo y el oficio de éstos por el especial tesón que mostró el arzobispo D. Diego Escolano y Ledesma, de breve pero intenso pontificado en Granada (1668-1672). Se lo concedió el papa Clemente X, mediando nada menos que la reina regente Dª. Mariana de Austria. La ocasión era única. Tras ocho años de obras culminaba por fin el nuevo templo de Ntra. Sra. de las Angustias. Le correspondió consagrarlo a Escolano el 13 de septiembre de ese año y lo hizo con Vísperas y Misa Pontifical propias de esa festividad servita, “con la mayor ostentación y grandeza que hasta ahora se habrá visto en esta ciudad”, según el testimonio recogido por Miguel A. López. Las fiestas se prolongaron durante ocho días.

 

Los terceros servitas en Granada

 

No es del todo cierto, como sugiere el P. Hitos, que el culto a los Dolores de María, tan arraigado en España se debiera tan sólo “a la devoción de Granada con nuestra imagen de las Angustias”. El prelado era, como devoto de María Dolorosa, fiel seguidor de la Tercera Orden Servita, que por entonces se extendía por la geografía española, comenzando por el noreste peninsular, siendo Barcelona en 1663 la primera fundación terciaria. Ciertamente, había obtenido el arzobispo de Granada en 1668 facultad del prior provincial de los frailes servitas de la Corona de Aragón la facultad de establecer en Granada su rama seglar o tercera.

Optó por la iglesia parroquial de Santiago, un templo céntrico (junto a la calle de Elvira), aunque estrechado por vecinas construcciones religiosas de mayor calado. Y, en concreto, tomó como titular una Dolorosa de vestir desechada años atrás por la Hermandad del Santo Entierro cuando emigró hasta la más activa parroquia de San Gil: la Dolorosa de las Necesidades. El emblema propio de los servitas era el escapulario con el corazón traspasado de María. Lo recibieron por primera vez en febrero de 1669, es decir en torno a la festividad que era propia de la granadina Virgen de las Angustias. Fueron los primeros servitas personas distinguidas, como subraya el P. Lachica, “señores dignidades, canónigos de esta Santa Iglesia, capellanes de esta Real Capilla, beneficiados y curas, como otras muchas seculares personas”.

El mismo arzobispo Escolano redactó el “Exordio de la Orden de los Siervos de María” (incluyendo su “Corona dolorosa”), que consignaba las indulgencias comunicadas por la orden, así como las reglas de los servitas granadinos, fechadas en diciembre de 1668. Pero no alcanzó en aquella sencilla parroquia el culto deseado. Por eso, hubo que optar por el impulso de una orden religiosa nacida al albur del concilio de Trento y entonces en expansión por España.

Se trata de la congregación del Oratorio de San Felipe Neri, establecida en Granada en 1671 adoptando como titular a la Virgen de los Dolores. Huelga repetir la unción religiosa con la que alumbró su artífice –un José de Mora que aún no llegaba a la treintena de años- esta impresionante Dolorosa, que ya alcanzó fama de milagrosa antes de llegar al templo de los oratonianos. Allí estaba radiante en su pequeñez, sublime en su sencillez. Tan sólo cuatro años después de la muerte de Alonso Cano, esta imagen encarnaba los mejores y más genuinos valores del maestro, “ahonda –sentencia Juan Jesús López-Guadalupe- en tipos melancólicos y encerrados en sí mismos, con una profunda introspección sicológica, como versión conceptual, de emoción interior, sin alardes expresivos”. La acertada obra de Mora recreaba el modelo cortesano de Dolorosa fijado por Gaspar Becerra –autor ligado estéticamente también, por cierto, con nuestra Virgen de las Angustias- y curiosamente vemos a Mora transitoriamente en la corte, como escultor del rey, en 1672.

Por supuesto, la coqueta talla del “escultor de saetas” atrajo de inmediato la atención del arzobispo Escolano. El 5 de noviembre de 1671 trasladó la orden tercera servita a la iglesia filipense. Todo un acierto, porque desde entonces la devoción creció como la espuma y los terceros siervos de los Dolores de María germinaron no sólo en Granada, sino también en Motril, Loja y Alhama. Coincidía este auge con la canonización del primer santo de la orden servita, S. Felipe Benicio. Todos ellos participaron de las gracias espirituales reiteradas y aumentadas por los papas desde Alejandro IV en 1256 hasta Inocencio XI en 1681. Aquella orden, nacida en una época especialmente sensible a los sufrimientos de la Pasión de Cristo, se centraba específicamente en los Dolores de la Virgen. Aunque cambiantes, según regiones y épocas, la versión más aceptada sería la de los siete momentos de la profecía de Simeón, la huída a Egipto, el Niño perdido, la calle de la amargura, la Crucifixión, el Descendimiento y la Sepultura de Jesús. Una espada por cada dolor, clavadas en el corazón de María, sería el emblema archi-repetido de esta devoción. Tenían los Siervos de María la facultad de fundar confraternidades de la Virgen de los Dolores y de imponer el hábito a hombres y mujeres terciarios, además de otras prerrogativas propias de los que seguían la vida consagrada.

 

El influjo de la Orden de los Siervos de María

 

La familia servita, como tantos otros institutos regulares tenía su rama regular, que se considera fundada hacia 1233 en Florencia por siete devotos (canonizados en la fecha tardía de 1888), aunque no gozó de aprobación definitiva hasta 1304, por concesión de Benedicto XI, y su sección de terciarios, es decir una adaptación del carisma de la orden y la vida conventual al mundo de los seglares. Se llamaba a los terciarios personas “mantellatas”, por gozar del privilegio de llevar el hábito de la orden y una bula de Martín V de 1424 se considera el origen oficial de la Tercera Orden de Siervos de María. Los regulares Siervos de María, bien asentados en Italia y Alemania ya en siglo XIV, comenzaron a introducirse en España en las postrimerías de esa centuria, aunque de forma efímera, pero hacia 1650 contaban con una decena de conventos en España (más exactamente en Cataluña) y se habían extendido ya por buena parte de Europa, para pasar después a tierras de otros continentes. Tras la exclaustración, los frailes servitas no volverían a nuestro país hasta 1943, aunque sus ramas seglares no alcanzaron ni por asomo el vigor que tuvieron en los siglos pasados.

Precisamente fue la rama tercera de los Siervos de María la que introdujo en Granada Escolano, pero, aparejadas a su expansión, fueron naciendo las “cofradías del hábito” (llamadas confraternidades de los Siete Dolores desde 1645), mucho más populares y arraigadas por todos los rincones –erigidas por la Orden de los Siervos de María en cualquier iglesia, por concesión de 1628, con aplicación de un amplio elenco de gracias espirituales que habían obtenido veinte años antes-, que en ocasiones promovieron procesiones el Viernes de Dolores o en los días de la Semana Santa. Fue así como la extensa red servita fue, en cierto modo, “monopolizando” el culto a María Dolorosa, aunque no fuera el origen de todas las devociones surgidas en torno a este misterio.

Los Siervos, como se ha indicado, tenían su propia Liturgia de las Horas. Los seglares debían participar con cierta asiduidad en Laudes y Vísperas, además de frecuentar la Eucaristía. Entre sus ejercicios devotos se contaban la Corona Dolorosa (especial adaptación del rosario, con siete avemarías en lugar de diez), la “Via Matris” (recorrido de meditación por los Dolores de María, muy extendido en la España del siglo XVIII) y las Letanías de la Dolorosa, así como otros comunes a la Iglesia Universal.

Fueron los servitas los principales impulsores de la festividad litúrgica de los Dolores de la Virgen. Ya a nivel local aparece en el concilio provincial de Colonia de 1423, en tiempo de Pascua de Resurrección, mientras que el Misal Romano introdujo en 1482 una fiesta dedicada a María al pie de la Cruz, denominada habitualmente de los Siete Dolores. Con este nombre se fijó la celebración principal de los servitas en el tercer domingo de septiembre (1668). En 1714 recibía también como propia la festividad del Viernes de Pasión (popularmente “Viernes de Dolores”), extendida a toda la Iglesia por Benedicto XIII poco después. Hace casi dos siglos, en 1814, se extendió también universalmente la fiesta del tercer domingo septembrino, que S. Pío X acabó fijando en el día 15 de ese mes, como lógico colofón a la celebración de la Exaltación de la Santa Cruz el día anterior, fórmula por la que se supeditaba expresamente el dolor de la Madre a la pasión y muerte del Hijo. La fiesta del 15 de septiembre, con consideración de memoria (solemnidad sólo para la Orden Servita), eclipsó a la del Viernes de Dolores en la reforma litúrgica derivada del Concilio Vaticano II.

 

Celebración de los Dolores de María en el mes de septiembre

 

Procesión en el mes de Septiembre

Por tanto, la devoción servita tenía como centro el mes de septiembre, en el que celebraban su septenario, con el aliciente de obtener indulgencia plenaria. Además estaban obligados al rezo de la corona dolorosa al menos una vez por semana. A su función principal en S. Felipe Neri acudía cada año el ayuntamiento de Granada. En dicha iglesia compartían la devoción mariana y la veneración a la Virgen de los Dolores con la congregación del Oratorio Parvo de Nuestra Señora, proyección seglar de la orden filipense. Sus ejercicios marcaban una profunda espiritualidad, con asiduas lecciones y pláticas espirituales, meditación y oración mental, así como adoración a Jesús Sacramentado. Pero unos y otros fomentaron la devoción a los Dolores de María. Baste decir que a la vez que impulsaba la devota asociación de terceros servitas, D. Diego Escolano introducía, mediante una memoria, el rezo del oficio parvo de Nuestra Señora en la Catedral, dirigido a otra de las imágenes marianas emblemáticas de la ciudad, la Virgen de la Antigua.

            1671 fue, por tanto, una fecha grande para la historia de la devoción a la Virgen de las Angustias. Su impresionante templo, el que disfrutamos en la actualidad, se ligaba al mes de septiembre. Cuando tres años más tarde se concluyó su hospital, las nuevas reglas, modificadas para el caso, merecieron la aprobación del arzobispo Rois y Mendoza significativamente el 22 de septiembre de ese año. Septiembre sonaba ya fuerte, y por influjo de la devoción servita hacia los Dolores de María, en torno a la Virgen de las Angustias. Aún más, antes de morir el mismo D. Diego Escolano había decretado que la Hermandad celebrase su octavario anual en el mes de septiembre, en perpetua memoria de la consagración de su templo y traslación de la sagrada imagen, dejando a la corporación sin facultad “de poder transferir y mudar dicho día sin especial licencia nuestra”.

Pero no sucedió así. El octavario regresó al tiempo cuaresmal (más propio de una su cofradía penitencial). Así aparece en la “Gazetilla” del P. Lachica y así se mantuvo hasta que oficialmente los cultos en honor de nuestra Patrona –ya nombrada oficialmente como tal- pasaron al mes de septiembre en 1889. Apenas tres lustros después la Virgen de las Angustias era coronada canónicamente por el arzobispo D. José Meseguer y Costa, gracias a la autorización del papa S. Pío X. Fue el 20 de septiembre de 1913.

 

Dos devociones antiguas en la Semana Santa de Granada

 

Angustias es una advocación muy granadina dentro de las representaciones dolorosas de la Virgen María y, por supuesto, ha eclipsado el nombre de Piedad, más propio del modelo iconográfico que representa. Bien sabe de estas distinciones la estética de nuestra Semana Santa procesional.

1913 Virgen Angustias de San Andrés

Resulta curioso que en los orígenes de la actual Semana Santa de Granada, es decir, la procesión del Santo Entierro de Cristo de comienzos del siglo XX, junto a la popular Soledad de Santa Paula (hoy de San Jerónimo) que cerraba el cortejo, sólo llegaron a figurar dos representaciones de María: la Dolorosa arrodillada de José de Mora, al pie del Crucificado del mismo autor, y la Piedad o Angustias de María, representada primero por la imagen de vestir de la parroquia de San Andrés, tan cercana a la estética patronal, entre 1913 y 1916 –sin duda por influjo de la Coronación de nuestra Patrona-, y a partir de esta última fecha por la grandiosa talla de Ruiz del Peral, que popularmente conocemos como Santa María de la Alhambra.

De esta forma, dos versiones de los Dolores de María –tan distintas como arraigadas-, que habían constituido hasta entonces modelos iconográficos muy intelectualizados, se sumaron al gusto popular tan propio de las procesiones de Semana Santa. Participaron en ese “Santo Entierro antológico”, pero sin coincidir en el tiempo, pues el misterio de las Angustias salió por última vez en dicha procesión en 1917, participando la Soledad de Mora al año siguiente en su primera ocasión.

Pero en apenas unos años ambas imágenes acabaron constituidas en titulares de sendas cofradías de penitencia para mayor gloria da una Semana Santa que era emblemática para los amantes del arte y mística para los fieles devotos.

La Patrona de Granada, ciertamente había abandonado el ámbito de la Semana Santa, haciendo suyo el mes de septiembre. Pero ha mantenido, en recuerdo de sus orígenes y de su antiguo privilegio litúrgico, la Fiesta Grande del mes de febrero.

Tal vez con ello se evoque su vocación penitencial originaria, así como el deseo de subrayar su idiosincrasia, más allá de ese aire servita que, por su especial devoción, trató de insuflarle el arzobispo Escolano. No era un capricho personal. La Iglesia Universal reconoce como nombre oficial de María asociada a la Pasión y Muerte de Cristo el de los Dolores. En el decreto de Benedicto XVI concediendo el Año Jubilar Mariano hasta el 31 de diciembre de 2013, se la denomina “sacra Nostrae Dominae Sanctissime Virginis Perdolentis imago, v. d. de las Angustias” (sagrada imagen de Nuestra Señora, la Santísima Virgen Dolorosa –o sufriente-, vulgarmente llamada de las Angustias). Y dice bien, por que el de Angustias es un título genuinamente popular.

 

Miguel Luis López-Guadalupe Muñoz

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